martes, 27 de enero de 2015

Lorena Croceri

  



Queja medieval

Señor, no quiera dejarme
tengo temor de Dios y de los bosques
si no soy de nadie
cómo llegaré a destino.
Una vela se consume en el bosque
los árboles parecen brazos
y cada sonido suelto me recuerda
que lo salvaje merodea.
Yo quiero entregarle mi cabeza para que la custodie
plegarme a su duda y dar razón a lo que dice.
Si todas estamos locas
no entiendo por qué yo no podría
resignarme a mi locura.
Y es que por más intentos occidentales que hiciéramos
ninguna podría orientarse.
El trato está hecho, yo cierro mis ojos
usted abre su boca, dejo entrar el cántico repetido
arcaico, imposible de su voz y me muero
como una princesa en el encierro de paredes duras
aislada de mí misma.







La pluma en el vientre

Me convence, señor, mientras recorro el pasillo
y hablo con usted como si estuviera presente,
para ensayar mi lengua. Trato de separarla
que no se me pegue al paladar
pero el terciopelo húmedo de mi vestido
no distingue la mano del tacto
así como la tripa no es lo mismo que el sollozo.
Usted y yo nos plegamos
como una pared fina, milimétricas capas
que se necesitan una a otra para sostenerse.
Aíslo cada palabra que me dijo
y la guardo en esos lugares donde después
ni yo misma la encuentro.
Tendré que buscar la pluma en la torre
para que las partículas que hunden y machacan lo blando
no se vuelen todas.
Pero luego me siento llamada a la mesa
y desde la punta usted me vigila.
Soy suya, le digo con los ojos
y yuyo de este campo
de esta lengua incomprensible que habla sola.
Que lo geste, me dice
mi tripa crecer el señor me ordena.
Yo inclino el plato y veo mi reflejo crecido,
respeto a mi reina, insiste
me clavo la pluma en el vientre
y con ese acto abdico de la corona.

 
De La mordida, inédito.










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