miércoles, 22 de mayo de 2013

Laura Wittner







Balbuceos en una misma dirección


                                       Todo es un poquito raro.
                                                                           Juan Lima

                                                       E tutto è molto strano.
                                                                 Eugenio Montale



1


Las cosas enrarecen
a la primera de cambio.
Un empujón magnético
–invisible, indoloro– ya desfasa.
Un cambio de jerga que tapa un conducto
abre otro y transfiere
el escenario entero al contexto de al lado.

Y allí, tras las paredes de papel,
queda el sentido, bamboleándose.



2

Se esconden, los sentidos,
unos detrás de otros. Hacen cú-cú
en esa larga fila de metamorfosis,
signos leídos a velocidad
y sonidos que un instante son sutiles
y al siguiente, monstruosos
(como los que entran, de noche,
por un solo lado de la almohada).


3

Además: el pacto de credibilidad.
Todo, un día, es lejano; se piensa
en la especie humana como en “ellos”.
Se les admira la organización,
el ingenio en inventos
como el cochecito de bebé,
el colectivo, la heladería artesanal.

Otro día hasta ese aroma eléctrico
a simulación de pan casero
ennoblece el curso que hemos dado en seguir
(nosotros, los cositos
surgidos en la Tierra).



4


Estos traspiés
entre lo que se esperaba y lo que es.
Ver un momento, solamente,
de la larga vida ajena:
sentados en la puerta de su casa
toman cerveza mientras baja el sol
y por mascota ahí nomás tienen pastando
una vaca, un caballito, un pony.


5

Lo falso siniestro.
Las sombras con perfil de monstruo
remodeladas ante cualquier luz,
las amenazas convertidas en picnics,
el día de pánico en vano
archivado junto a tantos otros.



6

Igual que la burbuja –que es perfecta
cuando surge y sabe equilibrarse
de los labios al aire y ascender
seductora, reflejando el universo
hasta que deja de disimular
su condición de frágil detergente
para, con veleidades de espejismo,
unirse al aire, dejarse tragar
por ese medio graso y agresivo,
pesado hasta la sordidez
que se había ofrecido a sostenerla–
es el impulso, la voluntad.


7

Qué caos.
¡Qué cacho...!
¿Qué catzo...?

El campamento está armado en la frontera
pero también la frontera es imprecisa
y además, claro, es sólo un campamento.












Calladita la boca
en el corazón de una ciudad:
martilleos, mazazos, piares,
medias lenguas, metales del almuerzo;
se ronca, se silba, se pone la radio
a cualquier hora y a cualquier volumen,
se le da con ganas al teclado, se llora,
se oye llover
como quien oye llorar,
se respira despacio, se oye
cómo respiran las paredes
(aun azulejadas)
así como en el campo
respiran los caballos quietos
y los árboles de tronco pétreo
y respiran, en realidad, las piedras
en una orilla y hasta hablan –
dicen una, dos palabras.







De Balbuceos en una misma dirección, Gog y Magog, 2011.










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