lunes, 14 de enero de 2013

Silvana Franzetti





A causa
de la ortodoxia se enterró en el patio de la casa
todos los libros de la biblioteca, excepto
Obras Escogidas de Marx y Engels que publicó
en Buenos Aires la editorial Cartago, en mil novecientos
cincuenta y siete, con una viñeta de un elefante
cargado de herramientas.
La radio, al conteiner; la película, incendiada; los manuscritos
sin publicar y la tevé encendida hasta que
terminó la vida útil del tubo.





Mientras la España censura
la Alemania escribe, la Francia
revuelve, la Italia mira
no podría decir quién escucha.






Qué hacer con la fuga hacia delante,
con la fuga de cerebros, con
la meritocracia, con el simbolismo y
con la pérdida de tiempo.
Cocinar la macintosh al horno
con papas o triturar los veinte tomos
de la enciclopedia Salvat y conservarlos
en frascos esterilizados.
Enlatar al vacío el ruido monocorde, desaforado
sin puntuar.
O hacer cayar por fin a Sherezada con un
loop de Domicilio conyugal.






Se deserta a la totalidad.
Todos recordarán el ejemplo del piano alquilado.
No todos recordarán el ejemplo del piano alquilado.
Algunos
recordarán el ejemplo del piano alquilado.
Quién sabe si
la mayor parte recordará en este
preciso instante el ejemplo del piano alquilado.






Se deserta a la receta.
Mientras almuerzo
menudos de cucarachas hiper-
adaptadas a la crema André Bretón
con arroz, busco el verbo exacto para
traducir die Heimat des Pfirsichs liegt
in China y mantengo una pelea con el diccionario
enciclopédico Salvat: los duraznillos habitan en una
gran parte del mundo
Marguerite Duras: cultivó el teatro.






Tocar esos huesos, hasta los huesos
hasta que cause incomodidad, hasta
conseguir el empleo más penoso: el más inútil, el de
poco precio y de mala calidad, el de dar uno con sus huesos,
el de desenterrar los huesos de uno, hasta que
el sistema
de cálculo que se aprendió ya no sirva,
hasta
decir no
no voy a seguir sirviendo.





De Mientras escribo Bretón (inédito).








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