lunes, 21 de enero de 2013

María del Carmen Colombo







En espacios reducidos es propicio menguar, como la luna y las mareas: la dirección del movimiento obedece a la necesidad. Es favorable decrecer con rectitud, orientados por el mapa nocturno que dibujan las tablas de planchar, cuando doblan sus hojas y culminan, firmes, en una reverencia.
Los biombos se someten al dictado de los tiempos y ceden, dóciles, las teclas de sus abanicos. Una escalera devora su propio caracol, peldaño por peldaño.
Algunos pensamientos ensobran sus intimidades y se apilan, al igual que las sábanas, en prolijos acordeones. Las mentes más realistas se ajustan tanto al pan pan y al vino vino, que después se desparraman en otras dimensiones, como la gente que vive apiñada en una pieza y sueña con la amplitud del paraíso.










En las noches de tormenta, la mayor de las tres chicas escucha el dream dream del viento contra las puertas dormidas. Y ese rasguido desafinado suelta las cuerdas de lana de su afiebrada voz.
Por la rendija de los labios, dream dream, como diciendo sólo su respiración, con la dicción distraída de algún sentido delirio, habla el sueño de la chica: Cordaje, cordura: yo quiero cantar/ segura, la canción de la belleza/ universal. La canción de cada cosa/ en su lugar. Pero me falta destreza/ me dicen que escribo mal: maldita/ soy mal escrita, malentiendo y/ desaprendo aunque ponga voluntad.
En las noches de tormenta, el rasgado corazón desgrana su sin sentido. Drean, dream: es sólo el rumor del viento contra las puertas dormidas, la copla del sentimiento que se esfuma en la vigilia.








De La familia china, 3a ed., Hilos, 2011. 















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