sábado, 29 de diciembre de 2012

Vivian Lofiego




Vincent y Rachel



Le dice, mientras sentado a la vera del Ródano calcula
el reflejo del sol en el agua, apenas serpentina de plata
Acurrucadas las piernas casi perdiéndose
entre la hierba verde, los yuyos quemados:

“El mundo comunica de manera superficial,
y qué me importa el parecer cuando el ser
se esconde, y no es el sol derribado
por la luna
Ni el cielo de Provence de noche
inflamado de diamantes,

Ves, dice soplando en el hombro blanco, desnudo,
 una flor de campo enamorada del viento:

“El amarillo no es un color, es una forma
un todo, es dios detenido meditando el color
pero, qué es el color,
si lo supiéramos no existiría el amarillo.



De Estudios sobre Van Gogh (inédito).








 
La manzana en la oscuridad
                                                                                            

Apareció de improviso
sorpresa que nos llevó a la risa,
unión en el sencillo ejercicio
cotidiano, habitar la indulgencia

Los cortes de la manzana resbalando de los dedos

El libro palpitaba con sus tapas verdes,
luminiscentes, desde el día
en que fue dado por perdido
(debajo de la cama como un gato
asustado o un niño a escondidas se demoraba)

Su transparencia hacía
aumentar nuestra ceguera,
un observador implacable
inmóvil

Espectador de las horas
-Martin- el personaje de Lispector-
deambuló en el desierto lavando las culpas
de su crimen

La casa que habitábamos no poseía el presente
le estaba negado
el pasado tomaba el mando: un barco zigzagueando
llevado por piratas enarbolando su bandera de la muerte

Lo había dado por perdido después del caos de noviembre
-esos meses impíos que reclaman lumbre, meses de vino
caliente mirando caer la nieve, la esperanza de ser redimidos-

Encontrando la vida en lo ínfimo
de la materia, en un rezo murmurado
se ahonda bajo la piel la plegaria

Me doblegaba frente a esa ola helada,
vientos austeros a través de galerías remotas,
presiente y canta la desunión su canto

Las puntas de estrellas lacerantes parten
en dos al fruto, y un tarascón deja la huella de los dientes,
blancos encajes apurados de olvido


-de prisa, de prisa, siempre demasiado veloz el recorrido

La estación de tren desoladora
los árboles esmirriados luchando por guardar
esa última hojita, verde por milagro


El libro, me acompañaba
como ángel de la guarda, caracol vacío de sí
deseo trashumante
                                                               
                                                                 Una postal de París olvidada, dice:

Hay tantas catedrales y puentes célebres
en la Tour Saint Jacques Nerval se detiene con un poema en el bolsillo
Apollinaire en el Pont Mirabeau
Rilke en el Hôtel Dieu deposita el cuerpo de Laurids Brigge
Rimbaud escribe cartas tristes a su madre
cartas como un barco de papel detenido
Vallejo presiente el día de su muerte

Perdido, en alguna precipitación en un tren hacia París,
imaginaba con recelo una deriva de manos poseer el libro,
la misma deriva
en nuestro umbral manchado de nevisca





En una librería de Bercelona surgió
brillando, irresistible : « La manzana en la oscuridad »

Nos engullía en silencio
la paroxística criatura que rugía
quebrándonos,
sobre la piel, lienzo en el cual
deposita sus obras negras
la materia viva

Cometas precipitándose vertiginosos
hacia la tierra, así volvíamos 
a viejos terrores de la infancia,
gemas perfectas, engarzándose en mi flanco

Rimbaud de Charleville, te sangra la mano

Las piedras, vivas, grababan la imposibilidad de ser
Tal vez el dolor es la inmovilidad
y la errancia en la inmovilidad-

La manzana no hacía más que brillar
en la oscuridad del cuarto, sin que le diéramos piedra libre
salió a la luz triunfante,

El libro volvió a mis manos,
lista para recibirlo,
pronta a partir

Dejando diminutas huellas en la nieve,
pisadas leves linderas al bosque,
tanta levedad resonando en el cielo de los astros,
sin despedidas
el desierto de Lispector en una cartera de charol
un trozo de manzana amarillenta en el bolsillo


(inédito) 








 

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