lunes, 23 de abril de 2012

María Teresa Andruetto





Por qué a cada sobresalto...
te vuelven a la mente los troncos
y el río y la colina con la luna
detrás y el camino...?

Cesare Pavese, l9 de agosto de l946.
Diario.





Lapataia/94


Caen sobre el camino los troncos
centenarios. Un zorro acecha.
Más allá los manchones
de las castoreras.
Somos nosotros los que vamos
bajo la lluvia, pero parece
que nadie fuera,
que nos hubiéramos hecho de aire
entre las lengas.



Carta


En la feria, cuando elegía alcauciles
(estaban algo oscuros), un muchacho
que no tenía más de trece años (lo vi
correr, por La Cañada, hacia El Pocito),
me arrancó la cartera (quedaron
las tiras colgando). 

¿Tenía dinero, señora? 

Nadie preguntó por tu carta
(yo la llevaba conmigo,
                   tu última carta,
doblada en cuatro).

Era sólo un papel y ese muchacho
lo habrá tirado al agua.




Caballito 


Eran una niña y su madre.

                        Esta piedra parece un caballo,
                        dijo la niña,
                        y se hincó junto al agua.

La madre abrió las manos
y el caballito galopó
hasta la página.




De Pavese / Kodak, Ediciones del Dock, 2008.





Autorretrato en el caballete


1.



Esto es lo que queda
de un hombre que se muere:
un pincel y la mano agrietada
que sostiene el pardo, el rojo,
el amarillo... la mano que va,
que se desvela, desde el charco
de luz hacia la tela.



2.


Lenta la pincelada oscura,
el hijo del molinero
tantea con ojos ciegos
                       la espesura
hasta dar con la luz.



3.


Este rostro ya estaba
debajo de la tela, estaba y carcomía
con su podredumbre el retrato del joven
con gorguera. Bajo las arrugas y los ojos
desteñidos están los ojos arrogantes
de otro tiempo, pero ni el otro ni éste
son grandes, a todos los ha herido
esta luz: ya nada es menos,
hasta lo más miserable
tiene su destello.



4.


No es la pieza oscura donde pinta,
ni la pobreza que trajo la desnuda forma,
ni la luz que cae sobre la gorra,
ni el pelo desprolijo, ni la barba,
tampoco el cuerpo vencido,
ni el olor rancio del encierro.
Son los ojos que no encuentran
a Saskia, a Hendrickje, al bienamado Tito;
los ojos que se han vuelto
hacia un lugar de nada,
hacia el vacío.




 5.


Otros buscarán la nota pura,
la imagen que persiste, la tersura,
como buscan sus ojos en la tela 

(es la mirada lo que abruma,
lo que desvela)




6.

 

También yo persigo una palabra oscura
oscura en los retratos de Saskia,
en la ternura de Hendrickje, en la viva
luz de Tito, y el aire de bondad,
la carnadura de un hombre
que se deshizo.



De Beatriz, Argos, 2006.





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